El príncipe feliz

El príncipe feliz es un relato sincero y honesto. Según parece, el príncipe, en vida, perseguía la riqueza y no tenía en cuenta a la gente del pueblo que era pobre. Pero al ser una estatua viviente situada en una columna cambia porque ve las injusticias y le dan pena las gentes del pueblo.

¡Ánimo! Y disfrutad del cuento.

PRIMERA PARTE DEL RELATO

   1.- Os aconsejo que hagáis un lectura placentera de la lectura.

   2.- ¿Escribid qué personales aparecen al principio del cuento?  El príncipe, el junco, …

En lo más alto de la ciudad, sobre una elevada columna, se al­zaba la estatua del príncipe feliz. Estaba recubierto por completo de finas láminas de oro, por ojos tenía dos brillantes zafiros1 y un gran rubí rojo relucía en la empuñadura de su espada.

Despertaba auténtica admiración.

—Es tan hermoso como una veleta3 —comentó uno de los concejales, deseoso de hacerse pasar por hombre de gustos artísti­cos—. Lo malo es que no resulta muy útil —añadió, temiendo al mismo tiempo que la gente lo considerase poco práctico, cosa que no era en absoluto.

—¿Por qué no serás tú como el príncipe feliz?—le preguntó una mujer juiciosa a su hijo, que le pedía la luna—. Al príncipe feliz nunca se le ocurre pedir nada.

—Me alegro de que haya alguien feliz en el mundo —mur­muró un hombre, decepcionado de la vida, que contemplaba la bella estatua.

—Parece un ángel —dijeron los niños del orfanato al salir de la catedral con sus mantos de un encendido color escarlata4 y sus delantales blancos y limpios.

—¿Cómo lo sabéis? —preguntó el profesor de matemáticas—. Nunca habéis visto a ninguno5.

—Sí lo hemos visto, en sueños —respondieron los niños, y el profesor de matemáticas frunció el ceño6, con expresión severa, porque no le parecía bien que los niños soñaran.

Una noche, voló sobre la ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas se habían marchado a Egipto seis semanas antes, pero ella se había quedado porque estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo había conocido al comienzo de la primavera, mien­tras perseguía una gran mariposa amarilla que volaba sobre el río, y se sintió tan atraída por su esbelto talle7 que se detuvo a hablar con él.

—¿Puedo amarte? —le preguntó la golondrina, que siempre era muy directa.

Como el junco asintiera, la golondrina se puso a volar a su alrededor, rozando el agua con las alas y formando ondas de pla­ta. Era su manera de hacer la corte8, que se prolongó todo el verano.

—Esta unión es absurda —gorjeaban las demás golondri­nas—. No tiene dinero, pero sí demasiados parientes.

Y, en verdad, el río desbordaba de juncos. Al llegar el otoño, las aves emprendieron el vuelo.

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